Informe sobre el estado de las clases obreras en el interior de la República Argentina

 

Autor: Juan BIALET MASSÉ

(www.bialetmasse.com)

 

Nota de presentación del 30 de abril de 1904

(presentada por Bialet Massé en Tomo Primero de la obra original 1904)

 

Buenos Aires, 30 de abril de 1904.

 

Al Excelentísimo Señor Ministro del Interior, doctor don Joaquín V. González.

 

Excelentísimo Señor:  

 

En cumplimiento del decreto del Excmo. Sr. Presidente de la República, fecha 22 de enero último, vengo a presentar a V. E. el informe relativo al estado de las clases obreras en el Interior del país.

 

Debo manifestar a V. E. que he encontrado en todas las autoridades locales, cuando he recurrido a ellas, la mejor acogida y me han prestado todo el concurso que las he pedido, y que algunos señores Gobernadores, muy dispuestos en favor de las clases trabajadoras, chocados por las explotaciones indignas de que ellas son victimas, hacen lo que pueden en su favor, y me han suministrado datos preciosos.

 

Todavía en los patrones, en general, no he encontrado obstáculos: sólo los explotadores han evitado darme datos con cualquier pretexto, o han pretendido engañarme, dándolos falsos; pero como por otros conductos he podido averiguar la verdad, el engaño ha sido inútil.

 

Creo haber interpretado los propósitos del Poder Ejecutivo, al honrarme con esta comisión, y sus tendencias en este género de cuestiones, que, a mi ver, no son otros que atenerse a la aplicación de los principios a los hechos, estudiados en su medio ambiente, y prescindiendo de toda teoría o doctrina sentada a priori, basarse en la equidad y la justicia.

 

No escapará a la alta ilustración de V. E. que el campo de las investigaciones que se me han confiado es muy vasto, y que, aun cuando fuera muy interesante hacer las monografías de las profesiones, de los oficios y de las regiones, por el método anticuado de Le Play u otros más modernos, en una extensión tan grande, ni era posible, ni necesario para el objeto de este informe.

 

He creído deber limitarme a la comprobación y complemento de mis observaciones acumuladas en más de treinta y un años de vida en las provincias, tan desiguales en su extensión, sus climas, sus producciones, y sobre todo en las razas que las pueblan y en los medios económicos, ordenándolas para los objetos de la legislación obrera.

 

Bien quisiera tener el talento descriptivo de un Zola, para presentar, palpitantes y vivos, los sufrimientos y necesidades de este pueblo, tan abnegado, que son grandes y muchos; así como los de esas pobres tribus indias, que en poco tiempo pueden ser traídas a la vida civilizada, contribuyendo con sus cien mil brazos, irreemplazables, a lo menos durante este siglo, para el desarrollo y la grandeza de la República, y hoy victimas de su salvajismo, de que no se les puede hacer responsables, del abandono de su cultura, del desamparo de sus derechos y de la explotación inhumana de que son objeto; porque creo que ello bastaría para que del alto criterio de V. E. y de su rectitud surgiera el remedio y las soluciones que la Constitución ordena y la humanidad impone.

 

No se curan las llagas ocultándolas o velándolas a la vista del cirujano, por un pudor mal entendido: es preciso, por el contrario, presentarlas en toda su desnudez, en su verdad, manifestando sus antecedentes con toda sinceridad, para aplicarles el remedio conveniente.

 

Puedo asegurar a V. E. que en esta investigación podrá haber error en las apreciaciones, pero que respecto de los hechos son tales cuales los he visto o comprobado.

 

Mi modo de proceder, en desempeño de esta comisión, ha sido el mismo que he empleado antes. Ver el trabajo en la fábrica, en el taller o en el campo, tomar los datos sobre él, y después ir a buscar al obrero en su rancho o en el conventillo, sentir con él, ir a la fonda, a la pulpería, a las reuniones obreras, oírle sus quejas; pero también oír a los patrones y capataces.

 

En los ferrocarriles he pedido datos a los gerentes, he ido a los talleres, y al viajar en los trenes, me he bajado en cada estación, para ver el servicio, y donde lo he creído necesario he viajado en los trenes de carga, aprovechando las largas paradas en las estaciones. He penetrado en el toldo del indio y recorrido los puestos de las estancias.

 

Donde he podido y mis fuerzas o mis conocimientos han alcanzado, he tomado las herramientas y hecho el trabajo por mí mismo, para sentir las fatigas; así he entrado en las bodegas de los buques, he pasado un día y otro al lado de las trilladoras y tomado la guadaña para cortar alfalfa y hecho medio jornal sentado en la segadora, al rayo del sol, en mangas de camisa.

 

En otros oficios, he aprovechado mi práctica, como en el de albañil, molinero, picapedrero y todos los que se relacionan con el arte de la construcción.

 

Al hacer todo esto he procurado, y creo haberlo conseguido, prescindir de toda teoría o sistema, y aun de mis propias ideas socialistas y de los recuerdos de los libros y estadísticas, para atenerme puramente a la apreciación de los detalles de los hechos.

 

Pero lo que no he podido evitar ha sido el recuerdo de aquellos desiertos difíciles y peligrosos, que atravesé hace treinta años en detestables carruajes o sobre el lomo de una mula, mirando el horizonte por si venían indios ó montoneros (y que hoy he recorrido en un cómodo dormitorio de ferrocarril), convertidos en tan poco tiempo en emporios, que satisfacen las necesidades del consumo y exportan por cientos de millones productos que entonces importaban, caros y en corta cantidad, y otros que sólo esperan el impulso directo para dar otras riquezas de más valía, capaces de producir en muy pocos años un cambio económico en la República y en el mercado universal, como son los textiles y oleaginosos en La Rioja y Catamarca, en el Chaco y en ambas orillas del Paraná.

 

Esos recuerdos, reproducidos con viveza cinematográfica, lejos de perjudicar al objeto de la investigación, me han permitido apreciar los elementos fijos y permanentes que caracterizan al pueblo; sobre todo a los que, mestizados de quichua, habitan desde el sur de las sierras de Córdoba hasta los confines del norte de la República.

 

Ni la difusión de la enseñanza, que es notable, ni el contacto con los extranjeros, ni la introducción del lujo del Litoral, han alterado esos caracteres, y antes bien los han desarrollado notablemente en cuanto se refiere a sus aptitudes agrícolas, industriales y artísticas, emanadas de su alta intelectualidad y fuerza muscular, de su sobriedad y persistencia.

 

Y cuando se penetra en los datos históricos y tradicionales, se estudian los vestigios y se comprueban científicamente los datos, se ve que tales elementos son los mismos de los tiempos coloniales, los que produjeron la legislación pasada, con todas sus peculiaridades, y que no pueden atribuirse sino a la raza y a la influencia del suelo y del clima.

 

De ahí que, aun cuando el método científico actual exige que se prescinda en estos estudios de la legislación comparada, sobre todo como ella ha sido entendida en la última mitad del siglo pasado y aun la entendemos nosotros en las universidades en nuestro afán imitativo, porque ella no puede menos que inducir a errores fundamentales; la identidad de la raza y del medio y de las circunstancias, me ha hecho remontar a la legislación de Indias, admirando su precisión y la necesidad de reproducirla.

 

Yo no quiero decir que la legislación comparada sea una complicación siempre perjudicial, no, aunque así lo afirmen los mejores críticos, y aunque sea verdad, en materia obrera sobre todo; porque esta legislación, netamente económica, debe basarse en las necesidades de los pueblos, en sus medios de vida, en el fomento de su riqueza y bienestar, y ser concordante con la legislación general, producida por sus instituciones fundamentales, sus costumbres y sus prácticas administrativas, y como todas estas circunstancias es muy difícil, si no imposible, que sean idénticas para pueblos muy distantes, de diversa raza y clima, racionalmente no puede haber lugar a reproducir las mismas leyes. La legislación comparada no puede tener por objetivo principal sino enseñar a establecer leyes o modos diferentes para cada pueblo, porque las analogías perfectas, que podrían fundar leyes idénticas, son muy raras, y no han sido objeto de investigaciones sobre hechos concretos que permitan definirlas.

 

Todo lo demás es divagar en un torbellino de errores de que la humanidad debiera sentirse escarmentada, sobre todo en materia social, en que se producen tantas imágenes, al modo que en los espejos con rugosidades y abolladuras, y especialmente en la República Argentina, que se encuentra ya en estado de hacer ciencia y legislación propias, arrancando de sus mismas tradiciones; mucho más en la materia en que las naciones y partidos socialistas no han hecho sino imitar malamente las leyes que fueron la base de su formación y del desarrollo de su personalidad.

 

Cuando en las cumbres del Famatina he visto al apire cargado con 60 y más kilogramos deslizarse por las galerías de las minas, corriendo riesgos de todo género, en una atmósfera de la mitad de la presión normal; cuando he visto en la ciudad de La Rioja al obrero, ganando sólo 80 centavos, metido en la zanja estrecha de una cañería de aguas corrientes, aguantando en sus espaldas un calor de 57º, a las dos de la tarde; cuando he visto a la lavandera de Goya lavar la docena de ropa a 30 centavos, bajo un sol abrasador; cuando he visto en todo el Interior la explotación inicua del vale de proveeduría; cuando he visto en el Chaco explotar al indio como bestia que no cuesta dinero, y cuando he podido comprobar, por mí mismo, los efectos de la ración insuficiente en la debilitación del sujeto y la degeneración de la raza, no han podido menos que acudir a mi mente aquellas leyes tan previsoras de todos estos y otros detalles que se han reproducido en cuanto se ha creído que faltaba el freno de la ley.

 

Por esto, en cada conclusión de este informe, encontrará V. E. la referencia de la ley correspondiente en aquella legislación, que fijó las cargas y jornadas máximas, el jornal mínimo, la asistencia en las enfermedades, la enseñanza, el descanso dominical, el alojamiento, las comidas y todo cuanto detalle debía y podía preverse en aquellos tiempos.

 

No he podido tampoco prescindir de señalar la importancia relativa de muchas localidades como fuentes de la riqueza, y el modo de fomentarla. Aunque parezcan ajenas al objeto de la investigación que se me ha encomendado, las creo tan íntimamente ligadas, que he considerado un deber incluirlas en este informe; de todos modos, lo que abunda no daña, y muchas servirán para desvanecer prejuicios profundamente arraigados, aun en personas dirigentes.

 

Tal es, entre otras, la preocupación de la inferioridad del obrero criollo, cuando, en verdad, por su fuerza muscular y por su inteligencia, revela una superioridad notable, y la experiencia del taller, del ferrocarril y de la agricultura demuestran que no es extraño ni refractario a ningún arte ni oficio, y que sus defectos y vicios provienen de causas que le son perfectamente extrañas, y cesan con la causa que los produce; atreviéndome a afirmar, desde luego, que sin gran trabajo se logrará una raza original y bien caracterizada, de un orden superior en la historia de la humanidad.

 

Tal es también la descripción del medio, que explica por sí misma hechos de otro modo incomprensibles.

 

Por último, señor Ministro, he creído deber iniciar aquí la demostración numérica y científica de la excelencia de las razas criollas y mestizas y su superioridad para el trabajo sobre las razas importadas, así del punto de vista de su fuerza muscular y de su mentalidad, como de la sobriedad y adaptación, al punto de que desde el paralelo 32º al norte, siempre que el calor excede de 35º c., el extranjero es inapto para desempeñar todo oficio que exija gran fuerza muscular y la permanencia al sol. De este modo, el trabajo de la estiba de Colastiné, al norte, la horquilla de las trilladoras, el cultivo de la caña de azúcar, el desmonte y otros, son absolutamente imposibles para el extranjero, aun para los españoles e italianos, que son los que más se adaptan al país. Obreros traídos de Málaga y de Almería, nacidos en los cañaverales, llegados a Tucumán, no han podido resistir tres días el trabajo del corte.

 

Esta comprobación demuestra: 1º el error y falta de fundamento del menosprecio con que se ha mirado al obrero criollo; 2º el error gravisimo con que se ha procedido y procede en materia de inmigración y colonización, atendiendo exclusivamente el elemento extranjero, dejando de lado al criollo, mucho más eficaz y valioso; sin que esto importe decir que la inmigración extranjera no sea por todo título digna de atención y elogio; y 3º la necesidad de legislar para el hijo del país, mirando a su desarrollo y bienestar, haciendo partícipe al huésped de las ventajas acordadas al criollo, pero no dándole otras que a éste no se concedan, porque, además de ser odioso, es, en último resultado, contraproducente; y a mi entender, esta es la letra y espíritu de la Constitución: dar al extranjero un asiento en la mesa preparada para el hijo del país; no preparar el banquete para el huésped, quedando fuera el dueño de la casa.

 

No pudiendo seguir el método de las monografías de la ciudad, del oficio, del campo, de la raza y de la religión, del vicio y del delito, de la miseria y de la beneficencia, he tomado los rasgos necesarios para la reglamentación del trabajo, y creo no haber olvidado ninguno, condensando los grandes grupos en que se desarrolla la vida nacional. La vida agrícola en sus manifestaciones cerealista, forestal y azucarera; la vitivinícola, aunque la conozco desde hace muchos años, no he tenido tiempo de verla funcionar, y en el momento presente no la trataré; pero de la algodonera, que empieza a revivir después de medio siglo de sueño, y de un siglo de haber perdido su grandísima importancia, haré notar cómo puede y debe desarrollarse para bien del país y su progreso. El transporte ferroviario y fluvial, que ocupa más de 60.000 obreros y empleados; la minería; la industria fabril; el trabajo del niño y de la mujer; colocando cada asunto donde me ha parecido más conveniente, aunque a primera vista pudiera creérselo poco metódico.

 

Yo bien sé que este informe me ha de valer acerbas críticas: la verdad, la imparcialidad y la justicia siempre las provocan. Al relatar he suprimido los nombres propios en cuanto me ha sido posible y no he podido elogiar. Acepto la responsabilidad de mis afirmaciones, que me cabe toda entera, por la libertad de procedimientos y de manifestación que V. E. me ha dejado. Todas las observaciones son hechas o comprobadas personalmente, y, por lo tanto, me corresponden los defectos de que ellas adolecen.

 

Y la primera y más grande afirmación que creo poder hacer es: que he encontrado en toda la República una ignorancia técnica asombrosa, más en los patrones que en los obreros. He visto maquinistas que no saben cómo actúa el vapor, carpinteros que no saben tomar la garlopa, electricistas que no saben lo que es la electricidad, planchadoras que se matan en un trabajo ímprobo y labradores que no saben agarrar la mancera ni graduar el arado; pero es mayor, si cabe la ignorancia patronal, salvo rarísimas excepciones. Esa ignorancia es la causa que estaciona las rutinas y arraiga los prejuicios, extraviando los anhelos mismos de la codicia, y no deja ver que el obrero no es un instrumento de trabajo indefinido, sino que es un ser capaz de un esfuerzo máximo, en un tiempo dado, si tiene el alimento y cuidado suficientes, y que prescindiendo de toda consideración de humanidad y de caridad, por codicia, debe ser bien alimentado y cuidado. Son rarísimos los patrones que se dan cuenta de que el rendimiento del trabajo es directamente proporcional a la inteligencia, al bienestar y a la alegría, sobre todo, del obrero que lo ejecuta, y no al tiempo que dura la jornada, cuando ésta pasa de su límite racional; y mucho menos los que alcanzan a comprender que manteniendo a sus obreros en la miseria, lo mantienen en la tendencia al vicio y al delito, que ellos pagan en último término.

 

La obcecación patronal llega a la testarudez, al punto que hace inútil toda demostración real y material, como sucede en las trilladoras y en algunas manufacturas. Así, a un fabricante de calzado que mantiene la jornada de diez y media horas, porque la vio en una gran fábrica alemana, probé las ventajas de la jornada de ocho horas; y para halagar su vanidad le dije: «Ya tiene Vd. fortuna, hágase un nombre, el mejor a que Vd. puede aspirar, el de benefactor de la humanidad, acortando de media en media hora la jornada, hasta llegar al rendimiento máximo». No ha querido, y ahora tendrá que llegar a ello por la fuerza de la huelga, que se le impone, en una lucha estéril y dañosa para el obrero y para él mismo.

 

Este aferramiento a las rutinas y esta total ignorancia de la cuestión social y de la psicofisiología del trabajo, no es, Excelentísimo Señor, exclusiva del aludido zapatero; desgraciadamente es tan general, que no he encontrado un solo director de industria, ni un administrador de ferrocarril, que, siquiera por curiosidad, haya abierto un libro sobre tales materias; y las palabras ritmo del trabajo, adaptación a la máquina, desgastes inarmónicos y demás tecnicismos, les son tan absolutamente extraños, que se ve que no tienen ni la noción de sí mismos como máquinas de trabajo; y que jamás se han preocupado de saber cómo el alimento y la bebida que ingieren se convierte en trabajo.

 

Muchos industriales me han dicho que era imposible plantear aquí la legislación del trabajo, que eso eran teorías de los doctores socialistas de Buenos Aires, que no sabían lo que era un taller, ni una industria.

 

Los que saben que a mí no me es extraño ningún oficio, desde la carpintería y la herrería, hasta el ajustaje y el montaje; desde la fabricación del ladrillo y de la cal hasta las altas construcciones; desde la mina y la cantera hasta la fundición y el tallado, y que he organizado muchos obradores, muchos talleres y mucho personal, desde el peón de terraplén hasta el ingeniero, no se han atrevido a decirme lírico; pero cuando les he hablado de mi experiencia personal, se han encogido de hombros: unos, porque no me han entendido: otros, porque estaban resueltos a no dejarse convencer.

 

Y de esta primera observación, deduzco también, en primer término, la necesidad de imponer por la ley lo que se haría espontáneamente si pudiera darse a los patrones la ciencia necesaria para que lo hicieran por egoísmo.

 

La experiencia de la práctica de la ley les traerá la convicción de las ventajas económicas, la utilidad en dinero, que resulta de proceder racionalmente con el obrero.

 

De ahí que yo atribuya también a esa ignorancia, a la fuerza de la rutina y del prejuicio, más que a maldad y codicia, el estado triste, angustioso y apremiante de las clases obreras en el Interior; en todo lo que no debe atribuirse también a la ignorancia de éstas, a sus vicios y a su falta de unión y de ideales, que es cosa mucho más grave, como tendré ocasión de demostrarlo en este informe.

 

Tal es la síntesis final de mis observaciones y de mi larga práctica en los trabajos.

 

Mucha sería mi satisfacción si de este informe pudiera resultar un nuevo grano de arena puesto en el edificio del progreso nacional, del que he sido siempre admirador entusiasta, como de sus instituciones fundamentales.

 

Con este motivo, reitero a V. E. las seguridades de mi mayor consideración.

 

Fdo: Juan BIALET MASSÉ

 

(el tomo 2 continúa... en la obra impresa: Juan BIALET MASSÉ Precursor de la regulación de las condiciones de trabajo ISBN:  987-1359-50-0 )